Nosotros amamos, porque Él nos amó primero. (1 Juan 4:19)
Ya que el amor a Dios es la evidencia de que él nos amó y nos escogió (Romanos 8:28, etc.), la seguridad de que Dios nos ama y de que nos escogiera no puede ser el fundamento de nuestro amor a él. Nuestro amor a Dios, que es la evidencia de que hemos sido escogidos, consiste en nuestro entendimiento espiritual de la gloria de este Dios que todo lo satisface.
No se trata en primer lugar de la gratitud por un beneficio recibido. Se trata de reconocer que recibir a Dios produce una la gratitud sobrecogedora, y de deleitarnos en esta verdad. Este reconocimiento y deleite es o debería ser, según las Escrituras inmediato, con la certeza de que él en verdad se ofrece a sí mismo para nuestro eterno disfrute.
El llamado del Evangelio (Cristo murió por los pecadores; crean en él y serán salvos) no es primeramente un llamado a creer que él murió por nuestros pecados. El llamado del Evangelio consiste primeramente en creer que, debido a que Dios redime a tal costo y con tal sabiduría y santidad, él es digno de confianza y en él hallamos verdadero descanso, suficiente para satisfacer todos nuestros anhelos.
La consecuencia inmediata de creer esto (es decir, sentir, aprehender) es la convicción de que somos salvos y de que él murió por nosotros, ya que la promesa de salvación es dada a aquellos que creen así.
La esencia del hedonismo cristiano se encuentra, por lo tanto, en el mismo centro de lo que es la fe salvadora y de lo que significa realmente «recibir» a Cristo o amar a Dios.
Hagamos una comparación: «Nosotros amamos, porque Él nos amó primero» (1 Juan 4:19). Esto quizá signifique que el amor de Dios, a través de la encarnación, la expiación y la obra del Espíritu Santo, nos da la capadidad de amarlo no que la motivación de nuestro amor sea el hecho de que él ha obrado grandemente en nosotros.
O quizá signifique que, al contemplar y aprehender a Dios espiritualmente como el Dios que ama a pecadores como nosotros con una gracia increíblemente gratuita y mediante medios de expiación increíblemente sabios y de gran sacrificio, surge en nosotros el deseo de deleitarnos en este Dios por quien es él, en lugar de considerar que lo amamos primeramente porque consideramos que somos personal y particularmente escogidos por él.