Porque los ojos del Señor contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él. (2 Crónicas 16:9)
¿Qué está buscando Dios en el mundo? ¿Ayudantes? No. El evangelio no es un anuncio buscando mano de obra. Tampoco es ese el llamado del servicio cristiano.
Dios no está buscando personas que trabajen para él: «Porque los ojos del Señor contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él» (2 Crónicas 16:9).
¿Qué quiere Dios de nosotros? Probablemente no lo que suponemos. Él reprende a Israel por presentarle demasiados sacrificios: «No tomaré novillo de tu casa… Porque mío es todo animal del bosque… Si yo tuviera hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y todo lo que en él hay» (Salmos 50:9-12).
¿Hay algo que podamos darle a Dios que no lo reduzca al nivel de beneficiario?
Sí. Nuestras ansiedades.
Es un mandato: «[Echad] toda vuestra ansiedad sobre Él» (1 Pedro 5:7). Dios con mucho gusto recibirá lo que sea que le demos que demuestre nuestra dependencia y su suficiencia absoluta.
El cristianismo consiste principalmente en la convalecencia: los pacientes no sirven a los médicos; confían en que ellos les darán las recetas correctas. El Sermón del Monte es la lista de consejos de nuestro Médico, no la descripción del empleo que nuestro empleador ofrece.
Nuestra vida misma depende de que no trabajemos para Dios: «Al que trabaja, el salario no se le cuenta como favor, sino como deuda; mas al que no trabaja, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia» (Romanos 4:4-5).
Los trabajadores no reciben regalos, reciben lo que se les debe. Si queremos recibir el regalo de la justificación, más nos vale no trabajar. Dios es quien trabaja en este asunto. Y lo que recibe como pago es la gloria de ser el benefactor de la gracia y no el beneficiario de un servicio.