Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. (Juan 6:35)
Lo que necesitamos ver en este pasaje es que la esencia de la fe es estar satisfecho en todo lo que Dios es para nosotros en Cristo.
Tal declaración hace énfasis en dos cosas. La primera es que la fe está centrada en Dios. No son meramente las promesas de Dios lo que nos satisface; es todo lo que Dios mismo es para nosotros. La fe abraza a Dios no tan solo los regalos que él promete como nuestro tesoro.
La esperanza de la fe descansa no solo en las mansiones que tendremos en la vida eterna, sino en el hecho de que Dios estará allí (Apocalipsis 21:3). Incluso ahora, lo que la fe abraza con más fervor no es tan solo la realidad de que nuestros pecados fueron perdonados (por muy preciosa que esa realidad sea), sino también la presencia del Cristo vivo en nuestro corazón y la plenitud de Dios mismo (Efesios 3:17-19).
Lo segundo en lo que se hace énfasis al definir la fe como estar satisfecho en todo lo que Dios es para nosotros es el término satisfacción. La fe es lo que sacia la sed del alma en la fuente de Dios. En Juan 6:35, vemos que creer quiere decir venir a Jesús para comer y beber el «pan de la vida» y el «agua viva» (Juan 4:10,14), que son nada más y nada menos que Jesús mismo.
He aquí el secreto del poder de la fe para quebrar la fuerza esclavizadora de las atracciones pecaminosas. Si el corazón está satisfecho en todo lo que Dios es para nosotros en Jesús, el poder del pecado para apartarnos de la sabiduría de Cristo está destruido.