Señor, enséñanos a orar. (Lucas 11:1)
Dios responde las oraciones de pecadores, no de personas perfectas. La vida de oración puede quedarse totalmente paralizada si uno no se centra en la cruz y se da cuenta de esto.
Podría mostrarlo en numerosos pasajes del Antiguo Testamento donde Dios oye el gemido de su pueblo pecador que clama para ser librado de los problemas en los que sus mismos pecados los metieron (por ejemplo, Salmos 38:4, 15; 40:12-13; 107:11-13) pero lo mostraré en Lucas 11, de dos maneras:
En esta versión del Padre Nuestro (versículos 2-4), Jesús dice: «cuando oréis, decid», y luego en el versículo 4 incluye esta petición: «y perdónanos nuestros pecados». Por lo tanto, si conectamos el principio de la oración con la mitad, lo que Jesús dice es: «Cuando oréis, decid… perdónanos nuestros pecados».
Considero que esto significa que ésta debería ser una parte de todas nuestras oraciones, del mismo modo que cuando decimos «santificado sea tu nombre». Esto quiere decir que Jesús da por sentado que necesitamos buscar el perdón prácticamente cada vez que oramos.
En otras palabras, siempre somos pecadores. Nada de lo que hacemos es perfecto. Como dijo Martín Lutero en su lecho de muerte: «Somos mendigos, eso es lo que somos». No importa qué tan obedientes hayamos sido antes de orar. Siempre nos acercamos al Señor como pecadores todos nosotros. Y Dios no da la espalda a las oraciones de pecadores cuando oran de este modo.
El segundo lugar donde veo que se da esta enseñanza es en el versículo 13: «Pues si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?».
Jesús llama a sus discípulos «malos». Un lenguaje bastante fuerte. Y no quiso decir que ellos ya no tendrían comunión con él. Tampoco quiso decir que sus oraciones no serían respondidas.
Quiso decir que mientras esta era de perdición dure, incluso sus propios discípulos tendrían una inclinación hacia el mal que contaminaría todo lo que hicieran, pero que eso no impediría que hicieran mucho bien.
Somos malos y redimidos al mismo tiempo. Estamos venciendo nuestra maldad gradualmente por el poder del Espíritu Santo. Pero nuestra corrupción natural no queda anulada en el momento de la conversión.
Somos pecadores y somos mendigos. Si reconocemos este pecado, luchamos contra él y nos aferramos a la cruz de Cristo como nuestra esperanza, entonces Dios nos oirá y responderá nuestras oraciones.