Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para la preservación del alma. (Hebreos 10:39)
No miremos al costo momentáneo del amor ni retrocedamos en nuestra confianza en las promesas de Dios, que son infinitamente superiores. No solamente terminaríamos perdiendo las promesas, sino que también acabaríamos destruidos.
Acá está en juego el infierno, no solo la pérdida de algunas recompensas extra. El versículo 39 dice: «no somos de los que retroceden para perdición». Eso significa juicio eterno.
Es por eso que nos advertimos unos a otros: no nos dejemos arrastrar. No amemos al mundo. No empecemos a pensar que nada muy importante está en juego. Temamos la terrible posibilidad de no poder deleitarnos en las promesas de Dios más que en las promesas que el pecado ofrece.
Pero, principalmente, enfoquémonos en lo preciosas que son las promesas de Dios, y ayudémonos unos a otros a valorar por sobre todas las cosas lo grande que es la recompensa que Cristo ha adquirido para nosotros. Digámonos unos a otros lo que el versículo 35 dice: «Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene gran recompensa». Y luego ayudémonos mutuamente a apreciar la grandeza de la recompensa.
Creo que esa es la principal tarea de la predicación y el objetivo fundamental de reunirse en grupos pequeños y de todos los ministerios de la iglesia: ayudar a las personas a ver la grandeza de lo que Cristo ha adquirido para todos aquellos que valoran eso más que lo que el mundo ofrece. Ayudar a otros a ver esta verdad y a gozarse en ella, para que así el valor superior de Dios resplandezca en la satisfacción de ellos y en los sacrificios que esto conlleve.
Devocional tomado del libro “El poder presente de una posesión futura»