No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. (Lucas 12:32)
Jesús no se quedará de brazos cruzados, dejándonos en la incredulidad, sin antes dar batalla. Él toma el arma de la Palabra y la pronuncia con poder para todos aquellos que luchan por creer.
Su fin es derrotar al temor de que Dios no es el tipo de Dios que realmente quiere ser bueno con nosotros, o en otras palabras, que Él no es verdaderamente generoso y ayudador y amable y tierno, sino que básicamente está irritado con nosotros enojado y con mala predisposición.
En ocasiones, aunque creamos en nuestra mente que Dios es bueno con nosotros, es probable que sintamos que su bondad es de alguna manera forzada u obligada. Quizá como si fuera un juez acorralado por algún abogado astuto debido a un tecnicismo de procedencia jurídica, de modo que el juez tuviera que retirar los cargos contra el prisionero, a quien realmente preferiría enviar a la cárcel.
Pero Jesús se esfuerza para que no nos sintamos de esa manera hacia Dios. En este versículo, él está tratando por todos los medios de describirnos el indescriptible valor y la excelencia del alma de Dios al enseñarnos el placer ilimitado que le da el entregarnos el reino.
«No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino». Cada palabra de esta maravillosa oración es intencionada y busca quitar el temor con el que Jesús sabe que luchamos: que Dios nos da con resentimiento sus beneficios; que él se siente forzado y obligado cuando hace cosas buenas por nosotros; que en el fondo está enojado y ama ventilar su enojo.
Esta una oración acerca de la naturaleza de Dios. Acerca del tipo de corazón que Dios tiene. Es un versículo acerca de lo que hace feliz a Dios no meramente acerca de lo que Dios hará o tiene que hacer, sino más bien de lo que él disfruta hacer, lo que ama hacer y lo que le da placer hacer. Cada palabra cuenta.