Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela. (Romanos 1:16-17)
Necesitamos justificación para ser aceptables delante de Dios. Pero no la tenemos. Lo que tenemos es pecado.
Dios tiene lo que necesitamos y no merecemos justicia. Nosotros tenemos lo que Dios aborrece y rechaza pecado. ¿Cuál es la respuesta de Dios ante esta situación?
Su respuesta es Jesucristo, el Hijo de Dios que murió en nuestro lugar. Dios carga en Cristo todos nuestros pecados y el castigo por nuestras transgresiones recae en él. En la obediencia de Cristo hasta la muerte, Dios satisface y revindica su justicia y nos la concede (atribuye). Nuestro pecado recae en Cristo y su justicia en nosotros.
No podríamos hacer más énfasis en el hecho de que Cristo es la respuesta de Dios. Todo se lo debemos a Cristo.
Nunca podremos amar a Cristo excesivamente. No podremos pensar en él en demasía, ni agradecerle exageradamente, ni depender de él con exceso. Toda nuestra justificación, toda nuestra justicia, está en Cristo.
Este es el evangelio: las buenas nuevas de que nuestros pecados recayeron en Cristo y sobre nosotros su justicia; y que este gran intercambio se lleva a cabo en nosotros no por obras sino por fe solamente.
He aquí las buenas nuevas que quitan la carga de nuestras espaldas, nos dan gozo y nos hacen fuertes.